Columna de Carlos Correa, Gerente de asuntos públicos Imaginacción Consultores, publicada en El Mostrador, 28 de septiembre de 2012.
El fin de La Nación recuerda lo que describe Jorge Amado, el escritor de los bajos fondos de Salvador de Bahía, en su novela corta La Muerte y la Muerte de Quincas Berros Dagua, donde un viejo juerguista tiene una muerte física, es llorado por sus parientes, enterrado según la más pura tradición católica y se levanta a vivir la última noche bahiana, rodeado de prostitutas, buen aguardiente y sus mejores amigos, para finalmente irse de este mundo, como corresponde.
La Nación ha pasado por lo mismo. Ha tenido varias muertes en su trayectoria periodística y una definitiva en medio de una fuerte discusión sobre su rol ante la opinión pública y en un gobierno que no necesita tener un diario, pues la prensa escrita le es adicta como nunca lo fue con los cuatro gobernantes que le antecedieron.
¿Se justifica la existencia de un diario estatal?
Hecha así la pregunta, la teoría económica diría que no. Finalmente la comunicación es un negocio privado, y los medios se financian con tiraje o con avisos publicitarios. Más aún, un medio estatal, a falta de un buen gobierno corporativo, puede ser presa fácil de las campañas propagandísticas y los intentos por distorsionar la información.
En el caso particular de la administración Piñera, es fácil creerlo. Los propios problemas del gobierno y los intentos anteriores de manipular las redes sociales hacen desconfiar de sus políticas con los medios de comunicación.
Además, los gobiernos no necesitan un diario. En una democracia donde los ciudadanos cada vez más tienen acceso a muchas formas de información, más bien es el rol de los gobiernos generar pautas y dar señales, como lo ha escrito en innumerables ocasiones Eugenio Tironi.
Más aún, tanto el gobierno como todos los ministerios tienen páginas web, presencia en redes sociales, y mucha más capacidad de comunicarse directamente con los ciudadanos que en el pasado.
Los medios pauteados y muy gobiernistas terminan perdiendo credibilidad. Más aún, terminan siendo motivo de mofa por parte del público, como ocurría con los soviéticos refiriéndose al Pravda o como hacen los cubanos en relación al Granma, ambos medios oficialistas.
Bajo esa lógica tiene entonces razón el Ministro Chadwick: “Hay suficientes medios electrónicos” y no tendría sentido tener un diario.
Si aceptamos ese argumento, pues entonces podríamos decir que hay suficientes canales y el día mañana un gobierno puede cerrar Televisión Nacional. Incluso puede ser más atractivo esa alternativa, dada la propia naturaleza del canal público y la obligación de autofinanciarlo que le garantiza independencia, por lo que no siempre ha sido un medio fácil de manejar para el gobierno de turno.
Tiene razón el actual gobierno de que buena parte de los pecados de La Nación fueron durante la Concertación. En efecto, ahí fue la primera muerte.
Según denuncian los dirigentes sindicales en el blog La Nación de todos, hubo manos negras, titulares con objeto de propaganda y no de noticias, etc.
Dos de los casos graves fueron la cancelación de un reportaje sobre irregularidades en el INDAP y luego el despido del entonces director Alberto Luengo a raíz de la cobertura del Caso Spiniak, con una carta del presidente del directorio donde se le dice directamente: “Por discrepancias expresamente manifestadas por el accionista mayoritario de la empresa (el gobierno) con la línea editorial seguida por el diario en el último tiempo me veo en la necesidad de solicitar que ponga su cargo a mi disposición”.
Y más adelante en la misma carta, para asombro del director y de la opinión pública de entonces, su superior lo critica por cubrir casos que están en la justicia —claramente temas de interés público y que los medios suelen cubrir— en vez de dedicarse a conflictos como el del entonces programa de talentos Rojo o la nueva pareja de Iván Zamorano.
Los críticos de entonces, con La Nación en su poder, se convirtieron en los censuradores. Al primer director nombrado lo vetó el Presidente porque le era incómodo a la UDI.
¿Pero merecía La Nación ser clausurada porque es conflictiva la manera en que cubre el Caso Spiniak, o la película Machuca o las reuniones de abogados con jueces, en vez de las parejas de los futbolistas?
Esos argumentos pueden valer para no abrir un medio de comunicación, pero no para cerrar uno existente.
Mucho menos en Chile, donde la evidencia contradice lo planteado por el Ministro Chadwick. La cantidad de medios que hay en comparación con cualquier país de similar desarrollo es muy baja. Que haya muchos medios electrónicos no es suficiente si el propio gobierno privilegia en la pauta los medios impresos.
El propio Ministro no ha dado nunca una entrevista a un medio electrónico y es común que se refieran a ellos como “pasquines” o de “ultraizquierda”, como suelen hacerlos funcionarios de gobierno o parlamentarios de su sector.
¿Cuál era entonces el camino para La Nación? Sin duda que dotarlo de un gobierno corporativo que garantice su pluralismo, independencia, un modelo para el autofinanciamiento y mantenerlo vivo, en función de su historia y del rol que puede jugar.
El modelo es posible. TVN pasó de ser el canal de apología al dictador y el centro de la desinformación mientras se realizaban las peores atrocidades contra opositores al régimen pinochetista, a un medio público, independiente, con buenos resultados económicos y con un prestigio internacional en una industria muy competitiva como la televisión.
Pero no tiene el Presidente Piñera ni la visión ni el sentido estratégico para hacerlo. Sus palabras en la Asociación Nacional de Prensa donde dijo que La Nación había dejado de ser un medio de propaganda gubernamental y se ha transformado en un diario al servicio de todos los chilenos, hay que leerlas como buena parte de sus actos durante el gobierno. Con letra chica.
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